Con 18 años las dos, lo único que nos interesaba era
bailar, pasarla bien. Como todos los fines de semana, queríamos olvidarnos de
los malditos libros, la maldita universidad.
Éramos muy unidas, ambas estudiábamos juntas y
estábamos en una ciudad desconocida, lejos del control de nuestros padres.
La aventura de todos los sábados era ir a cualquier
boliche a bailar, beber cervezas y conocer chicos. Pero nunca irnos de la disco
con ninguno.
Nunca pensé que ese sábado cambiaría nuestras vidas,
sería lo mismo de todos los sábados, pero tendría otro final.
Pasó a buscarme en su auto, y hacia el infierno
bailable nos dirigimos.
Ya en la disco la música a mil nos hacia bailar y las
luces nos envolvieron. La cerveza y los chicos pasaban...
Hacia la mitad de la noche el alcohol ya se sentía en
mi cabeza. "Demasiadas cervezas" decía yo. Creo que ella también se
daba cuenta. Me llevó a los reservados, me sentó en un sofá, sólo se veían
sombras, luces a lo lejos y la música seguía golpeando mis oídos y partiendo mi
cabeza. Se sentó a mi lado y me abrazó.
Mi cabeza estaba sobre su pecho, con su mano me
acariciaba el rostro, jugaba con mi pelo. Todo me daba vuelta, pero ese acto
suyo, de acariciarme como diciendo "ya va a pasar" me tranquilizaba y
calmaba mi terrible dolor de cabeza.
De repente se detuvo, me tomó el rostro.
Y me besó. Me sorprendió, pero sus labios eran tan suaves... Ningún chico me
había besado así, era algo nuevo para mí. Y me gustaba.
Sentí miedo de lo que estaba pasando. Me enderecé y
miré a mí alrededor. Había parejas por todas partes, sentadas, besándose,
tocándose... pero nadie miraba hacia donde estábamos nosotras. Lo que hizo que
mi estúpido miedo al qué dirán se esfumara.
Volví a mirarla y ella se acercó... me besó y sus
caricias me alborotaron. Me rendí a su cuerpo. A sus manos traviesas que me
tocaban. Y yo... volaba y no podía dejar de besarla y de tocar sus pechos
debajo de su blusa. Ambas ardíamos. No podíamos controlarnos. Ya no me
importaba si alguien nos miraba.
- "Vamos,
Vamos... estoy ardiendo" dijo.
Se levanto rápidamente, me extendió su mano, la tomé y
salimos sin mirar a nadie del infierno bailable.
Subimos a su auto. Y nos dirigimos a su departamento.
En todo el camino yo no podía dejar de tocar su entrepierna con mi mano. Ella sólo
conducía, y con la respiración entrecortada decía "Maldito tráfico, estoy
ardiendo".
No veíamos la hora de llegar.
Por fin en su casa, entramos corriendo y riendo. Al
cerrar la puerta detrás de mí ella ya estaba besándome y acariciándome toda. En
un segundo su ropa y la mía estaban esparcidas por toda la casa. Tiradas en su
cama, nos revolcábamos. Nos besábamos,
nos acariciábamos, descubríamos nuestras zonas erógenas.
Mientras mi lengua jugaba con sus pezones, la suya se
apoderaba de mi vulva. Y le hacía lo que
quería. Y yo sólo le pedía más y más.
Nos hicimos el amor desesperadamente... y cansadas,
agotadas, abrazadas la una a la otra nos dormimos.
Nunca había imaginado que mi primera vez sería con mi
mejor amiga. Jamás habíamos hablado del tema. Los hombres me gustaban, pero
siempre había rondado por mi cabeza la fantasía de hacerlo con otra mujer. Y el
alcohol aquella noche me había despertado ese sentimiento oculto.
Con el tiempo, ella compartió mi cama, mi departamento
y mi vida... Fue mi amiga, mi compañera de estudio, mi amante, mi novia... y
cuando ambas nos recibimos... nos separamos. Cada una por su lado fue en busca
de otras experiencias, de otras mujeres. Cada una tomó su rumbo para vivir la
vida. Aunque nos mantuvimos en contacto siempre porque nunca nos olvidamos que
juntas descubrimos nuestra verdadera sexualidad.
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